"Francisco
era un anciano que vivía en una vieja casa a las afueras de la ciudad. Era una
casa demasiado grande para un hombre solo. Pero Francisco no siempre fue un
hombre solo. Alguna vez tuvo familia, esposa y cuatro hijos. Sus hijos eran ya
grandes y vivían muy lejos, cada uno tenía su propia familia. Su esposa,
Susana, había fallecido hacía cinco años.
El
anciano no era como los viejitos de las historias que a uno le contaban de
niño, no tenía barba ni usaba lentes, y no caminaba lento ni encorvado. Para su
edad era aun ágil, fuerte e, inusualmente, la contextura robusta que tenía lo
ayudaba. Quizás la razón de su vitalidad era que nunca tuvo vicios; siempre fue
un trabajador incansable.
Desde
que Susana murió sus hijos nunca volvieron a la casa familiar. Vivían muy
ocupados en sus trabajos y la crianza de sus hijos. Sin embargo, Francisco no tenía
resentimiento hacia ellos, porque reconocía que él, también, siempre fue así.
Poco a poco se fue desvinculando de su familia; es decir, de sus hermanos, tíos,
puesto que sus padres murieron muy tempranamente.
Antes,
la gran casa tuvo un bonito jardín que cuidaba doña Susana. Ahora, todos los
días, Francisco, al salir el sol, se levantaba, caminaba a su balcón a mirar
cómo había amanecido el día, se persignaba, y veía con tristeza, cómo se había
deteriorado el jardín. El nunca le había dado importancia, ni lo regaba,
siquiera; era el jardín de su amada esposa. Pero ahora no podía evitar darse
cuenta lo muy abandonado que estaba, era casi puro terral."
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