Evitamiento
Ella sube al bus y empieza su discurso. El bus es azul, diríase casi celeste. La avenida cruza gran parte de la ciudad. Millones allí aplastados. Solo unos cuantos prestan atención. Bajo sus mascarillas, dentro del protector de plástico, no saben si darle algo a la señora que termina de hablar, pidiendo que le compren los caramelos que trae. Dinero poco hay. Ella sabe que allí no hay dinero de sobra, pero lo intenta, apela a la caridad. La caridad es una milenaria actividad. Solo tres pasajeros le dan una moneda cada uno. No quieren recibir el caramelo. Nadie se quiere infectar. La muerte debe ser rápida, no lenta. Así siempre se ha creído que debe ser. La enfermedad es una sábana que hay que lavar y lavar y lavar, para al final no cubrir a nadie. En el paradero de Acho una muchacha vende café. Este día ha vendido todo y en poco tiempo. Está parada mirando los carros, pensando en quién sabe qué. Algún muchacho que le gusta, el colegio al que ya no va, la hermana menor que se quedó en casa sola. Teme esperar mucho tiempo allí, el frío aumenta, el día decae. La maldita humedad de Lima apuñala el pecho. Ve un sitio en la banca y se sienta. Allí tendrá algo de calor. Acomoda el termo entre sus piernas. Está por dormirse, pero tiene que aguantar. Y es allí que se detiene un bus azul. La señora de los caramelos baja. Se miran. Se reconocen al instante. Se ubicaron como por celular. La muchacha se baja la mascarilla para mostrarle una sonrisa, diciéndole a su madre que hoy fue un buen día para ella, para las dos, para las tres.