domingo, 15 de enero de 2023

NN

 

Evitamiento

 

Ella sube al bus y empieza su discurso. El bus es azul, diríase casi celeste. La avenida cruza gran parte de la ciudad. Millones allí aplastados. Solo unos cuantos prestan atención. Bajo sus mascarillas, dentro del protector de plástico, no saben si darle algo a la señora que termina de hablar, pidiendo que le compren los caramelos que trae. Dinero poco hay. Ella sabe que allí no hay dinero de sobra, pero lo intenta, apela a la caridad. La caridad es una milenaria actividad. Solo tres pasajeros le dan una moneda cada uno. No quieren recibir el caramelo. Nadie se quiere infectar. La muerte debe ser rápida, no lenta. Así siempre se ha creído que debe ser. La enfermedad es una sábana que hay que lavar y lavar y lavar, para al final no cubrir a nadie. En el paradero de Acho una muchacha vende café. Este día ha vendido todo y en poco tiempo. Está parada mirando los carros, pensando en quién sabe qué. Algún muchacho que le gusta, el colegio al que ya no va, la hermana menor que se quedó en casa sola. Teme esperar mucho tiempo allí, el frío aumenta, el día decae. La maldita humedad de Lima apuñala el pecho. Ve un sitio en la banca y se sienta. Allí tendrá algo de calor. Acomoda el termo entre sus piernas. Está por dormirse, pero tiene que aguantar. Y es allí que se detiene un bus azul. La señora de los caramelos baja. Se miran. Se reconocen al instante. Se ubicaron como por celular. La muchacha se baja la mascarilla para mostrarle una sonrisa, diciéndole a su madre que hoy fue un buen día para ella, para las dos, para las tres.

Pequeñas Historias. Grandes Niños


                                                                       Niña Actriz

 

La Niña Actriz empezó su actuación desde muy temprano, tan así que ya ni recordaba cuándo fue. Tenía una lista nada pequeña de papeles que fue interpretando a lo largo de su corta vida. Si tenía que sonreír, sonreía. Si tenía que llorar, lloraba. Y si quería sonreír y no debía, no sonreía. Y si debía llorar y no quería llorar, lloraba o no lloraba, según el rol que le había tocado en ese acto. Lo importante era seguir lo que decía el guion escrito en un lenguaje que a veces no entendía. Cuando no sabía qué decía en tal punto del drama o la comedia, empezaba a improvisar o a actuar según creía que debía hacerlo de acuerdo a todo lo anterior. Casi siempre le resultaba bien, porque era muy apegada a lo que sucedía afuera. Su talento era observar y actuar en función a lo que sucedía allí, en ese vasto escenario que es el mundo. Ella no se consideraba muy buena actriz. Veía que el resto sí eran unos genios de la actuación. Incluso su hermanito menor que aun usaba pañales. Apenas hacía un pucherito, mamá entraba en acción, dejaba los otros papeles que trabajaba en forma paralela e iba inmediatamente a ver cómo el menor de sus hijos hacía sus pininos maravillosamente bien. Un día, mientras la Niña Actriz simulaba a que jugaba en el jardín de la entrada de la casa, se le acercó un niño al que le había atraído la casita de muñecas que ella tenía. El niño era nuevo en la obra. Esta era su primera entrada en que debía intercambiar algunas palabras con la niña. Según la experta opinión de ella, el niño no actuaba tan bien. Se trababa, equivocaba las palabras, se reía con cara de estupefacción; no había mucha coherencia entre su voz, sus gestos, sus manos, su postura. Era un total descoordinado. Pero luego pensó que quizás así era el papel que le tocaba interpretar. Por algo había aparecido allí, esa mañana. Como ella no sabía qué es lo que seguía en la obra, y tampoco el niño lo sabía, pues decidieron ser amigos. No había otra cosa qué hacer sino seguir los papeles que interpretaban, personajes de una obra que ya no tenía más guion. Pasaron setenta años y seguían juntos, y aun así seguían sin saber qué vendría después.  

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